
La ciencia ficción y sus Augurios imposibles: Verne y De la Tierra a la Luna
Por: Haiden Llanos - Astroteca
Coautoría: Laura Vélez
Es difícil escribir sobre una de las obras literarias de ciencia ficción más conocidas e importantes de la historia, de la cual su autor es considerado un escritor brillante y pionero en el género. Mucho se ha dicho ya sobre ella, pero siempre hay espacio para nuevas lecturas. Esta reseña puede ser un buen abrebocas para quienes no hayan leído De la Tierra a la Luna, de Julio Verne, y no se imaginan que fue él, a través de esta obra, quien predijo de una manera casi exacta –y tal vez sin saberlo– la llegada del ser humano a la Luna, un siglo antes de que la exploración espacial comenzara.
A veces nos permitimos soñar con poseer algún superpoder: ser invisibles, volar, tener fuerza descomunal, teletransportarnos. Pero estos deseos no son exclusivos del presente. Desde siempre, incluso desde pasados muy remotos, hemos anhelado la superación de los límites humanos. Mientras los primeros seres de nuestra especie se sentaban alrededor del fuego, buscaban expresar en palabras los mensajes ocultos en la naturaleza, aquellos que sus cerebros apenas les permitían comenzar a comprender –superpoder que fue necesidad más de lo que fue ensoñación.
Con el tiempo, y a medida que hemos podido evolucionar, este anhelo va saltando de meta en meta, y diversificándose al entender que podemos desarrollar capacidades sobre las cuales aún no tenemos siquiera idea.
Hoy, cerca de 200.000 años después de aquella primera conquista, la búsqueda de ese superpoder está en varias expresiones del pensamiento. Una de ellas, la capacidad de predecir o moldear el futuro. Sin embargo, Verne y su novela, de alguna manera, explican la extrañeza de esta posibilidad: la predicción es un misterio, funciona como un sortilegio que no es consciente de su pronóstico hasta que este mismo se realiza.
Este autor francés ordenó a su pluma embriagar sus historias con aventuras inverosímiles para quienes lo leen, y más aún para quienes lo leían hace más de 60 años. Pero como escribir es un ritual en el que la imaginación recorre senderos invisibles a la consciencia, entonces Verne no pudo controlar todo su acto creativo, ya que escogió deliberadamente la historia y las palabras, pero con ellas conjuró –casi a la medida y sin pretenderlo (o tal vez sí)– hechos que aún no habían ocurrido.
Leer De la Tierra a la Luna tiene un efecto hechizante, es como si Verne contara, casi de manera anecdótica, la historia de la Guerra Fría y la Carrera Espacial, aunque lo hiciera desde el misterio, un siglo antes de que estos hechos sucedieran. Tal vez sea eso lo más cautivador de este género que apenas comenzaba a surgir en la literatura de su época: ¿qué maravillas guarda la ciencia ficción que convierte una obra en augurio y a su autor en adivino?
En la obra las similitudes son tan cercanas a la realidad que es difícil no analizar el paralelo:
Verne habla del ‘Gun Club’ que propone viajar a la Luna como estrategia para elevar el prestigio nacional estadounidense frente a una potencia adversaria, y es inevitable pensar en el surgimiento de la NASA y en Estados Unidos proyectándose como única potencia global en el conflicto con la Unión Soviética.
También, cuando describe los elementos técnicos del viaje, como el lugar del lanzamiento que es el mismo tanto en la ficción como lo fue en la realidad: la costa de La Florida; o cuando detalla el aparato de vuelo, una bala hueca que se puede pilotear, que evoca recuerdos sobre el Saturno V.
De igual manera, cuando describe el itinerario de vuelo que incluye orbitar la Luna antes del alunizaje, trae a la memoria todo el programa Apolo, desde las diez misiones iniciales de preparación hasta los seis viajes al satélite natural.
Y como cereza del pastel, la presentación de la tripulación conformada por tres personas: un racional y calculador Barbicane, el líder científico de la misión; un belicoso y escéptico Nicholl, que cuestiona permanentemente el éxito de la misión; y un carismático y soñador Ardan, un aventurero francés que ve la Luna como un destino poético más que científico. Estos personajes, más allá de sus personalidades, funcionan como los antecesores o alter egos literarios de Armstrong, Aldrin y Collins; quienes llegaron a la Luna en 1969 con directrices institucionales y geopolíticas bien definidas.
Pero por encima de la discusión sobre el superpoder de predicción de Verne, su novela sí permite comprender la importancia de la literatura de ciencia ficción y los superpoderes reales que nos brindó para tener el mundo que tenemos hoy en día:
Primero, porque Julio Verne se convirtió en el primer escritor de ciencia ficción dura: el contenido de su obra no se basa en la fantasía sino en una especulación cimentada directamente en los conocimientos científicos de la época. La imaginación tenía un alto componente de realismo porque contaba con un desarrollo conceptual muy detallado y profundo que permitió que la diferencia entre realidad y ficción fuera simplemente una cuestión de tiempo.
Segundo, porque el autor se convirtió en uno de los primeros en establecer como enfoque literario el optimismo frente al progreso científico. En 1865, Verne celebra el ingenio científico y tecnológico, incluso cuando roza lo imposible; y en lugar de condenarlo a algunos de los rasgos miserables de la condición humana, lo utiliza como motor para darle vida a lo inerte.
Y tercero, porque Julio Verne es considerado un verdadero impulsor del desarrollo astronáutico: los pioneros de esta disciplina —Konstantin Tsiolkovski en Rusia, Robert Goddard en EE. UU., Hermann Oberth en Rumania y Pedro Paulet en Perú— leyeron De la Tierra a la Luna en su juventud, y en ella encontraron una fuente de inspiración que guió sus propios proyectos. No solo imaginaron nuevas posibilidades a partir de su lectura, sino que también corrigieron y perfeccionaron las ideas de Verne, llevándolas a la práctica décadas después. Todos reconocieron abiertamente la influencia de este escritor en sus trayectorias, pues gracias a su obra pudieron transformar en realidad lo que, en su momento, parecía apenas un sueño literario.
Quizás, en este punto es posible mirar aquella magia, aquel poder, de una manera distinta, comprendiendo que hay otro tipo de encanto que subyace en las letras de esta obra y en el ingenio que les dio sentido. Porque Verne y De la Tierra a la Luna tal vez no tengan el superpoder de predecir el futuro, sino que se trata, más bien, del caso más célebre de una profecía autocumplida, es decir, cuando una predicción influye, de manera disimulada, en su propio cumplimiento.
Este escritor y su novela marcaron generaciones y tuvieron una influencia muy fuerte en quienes decidieron hacer realidad sus elucubraciones. Su impacto fue de tal magnitud que décadas después de que decidió plasmar sus sueños en un papel, estos resultaron moldeando las investigaciones a la imagen de la inspiración literaria.
De la Tierra a la Luna
Julio Verne
Editorial Planeta DeAgostini
176 Páginas