
Viajes espaciales de alta velocidad: un reto a años luz
Por: Karina Sepúlveda y Laura Vélez
Desde hace años la humanidad se ha preguntado por aquello que existe más allá de lo visible en nuestra bóveda celeste, imaginando cómo serían esos lugares tan lejanos de la Tierra, y cómo sería posible alcanzarlos: cómo sería viajar a través del universo.
Durante siglos la imaginación nos ha demostrado que no tiene límites, y por cuenta de aquellos ingenios soñadores que se desbordan en los libros o en las pantallas del cine ha sido posible vivir, así sea desde la ficción, lo que es hacer un recorrido por ese vasto y desconocido universo que espera callado afuera de nuestra atmósfera.
Pero, a diferencia de la imaginación humana, la física sí impone barreras, hasta el momento ineludibles, a aquellos imaginarios que buscan sacarnos del Sistema Solar y llevarnos a los rincones más lejanos del universo. Esa es la razón de que los vuelos espaciales a altas velocidades sean tan solo un anhelo, y de que lo vayan a ser por mucho, mucho, tiempo.
Cuando en el día a día se habla de altas velocidades es posible referirse a cientos o miles de kilómetros por hora. Por ejemplo, un auto de carreras puede alcanzar 350 km/h, un avión comercial 900 km/h y una bala 1.200 km/h. Son veloces, sin duda. Pero en términos espaciales la mayoría de casos son cuestión de perspectiva. Al comparar estas velocidades con la de la Estación Espacial Internacional que llega a 28.000 km/h, o con la misma órbita de la Tierra alrededor del Sol con una velocidad de 107.000 km/h, nuestros límites sobre tierra parecen apenas migajas.
La velocidad habla de la rapidez con la que un objeto cambia de posición en el tiempo. Y para contemplar esta magnitud también es fundamental tener en cuenta las distancias que de alguna manera demarcan sus posibilidades. Al hablar de distancias entre objetos astronómicos, como las que existen entre los planetas exteriores y el Sol, se hace referencia a varios miles de millones de kilómetros o unidades astronómicas (que es la distancia media entre la Tierra y el Sol). Nuevamente, en el espacio, aquellas velocidades que consideramos altas no solo no son suficientes, sino que se quedan cortas para lograr atravesar trayectos gigantescos en poco tiempo –o por lo menos en un tiempo prudente.
Con décadas de investigación y una larga trayectoria de avances tecnológicos a cuestas, la ciencia ha podido construir vehículos con el objetivo de lograr explorar otros mundos; que en la Tierra son los más veloces jamás conocidos. Las sondas espaciales Voyager 1 y 2 (lanzadas en 1977) viajan a 61.000 km/h; la New Horizons que fue enviada a Plutón en 2006 alcanzó una velocidad de 58.000 km/h y la sonda espacial Solar Parker alcanzará los 700.000 km/h al acercarse al Sol en diciembre de este año.
Pero a pesar de que estos vehículos espaciales han sido los más veloces de la historia, llegar a los planetas exteriores del Sistema Solar y, aún más, al cinturón de Kuiper les tomó cerca de 35 años. Para nosotros, un poco más de media vida.
De esta manera, nuestras escalas se siguen quedando cortas para poder siquiera llegar a rozar la idea de realizar viajes interplanetarios e interestelares. Para poder visitar a nuestra estrella vecina Próxima Centauri ya no alcanza con hablar en términos de kilómetros o unidades astronómicas. Con la sonda espacial Solar Parker (la más veloz que hemos construido hasta el momento) el tiempo estimado de viaje sería de unos 6.523 años. La lejanía en el cosmos es tal que se hace necesario empezar a medir distancias con unidades especiales en función de lo más veloz que conocemos, capaz de recorrer el vacío del universo: la luz.
Un año luz es la distancia que recorre la luz en un año viajando a una velocidad de 300.000 kilómetros por segundo. En nuestra medida, esto son aproximadamente unos 9.5 billones de kilómetros. Es evidente que, además de relacionar tiempo y distancia, los años luz también están relacionados con una velocidad descomunal, casi incomprensible. La velocidad de la luz es el límite en velocidades en el universo, según la teoría de la relatividad de Albert Einstein; lo que hace que esté fuera del alcance humano llegar a igualarla, y mucho menos superarla.
Aquí radica quizás el límite más extremo y probablemente imposible de superar dentro de lo que somos capaces de entender, de construir, de teorizar e incluso de dimensionar. Por eso, hablar de viajes espaciales, incluso a altas velocidades, implica considerar trayectos que podrían durar tanto como la edad de la Tierra.
Es probable y viable que en el futuro sea posible tener vehículos mucho más veloces de los que tenemos ahora, con capacidades que hasta el momento solo existen en la imaginación de muchos. Pero aun así, todavía es complejo siquiera imaginar, teniendo en cuenta las leyes de la física, llegar a otras estrellas o galaxias en tiempos comparables con las vidas humanas.
La realidad física impone barreras insuperables por los conocimientos que tenemos hoy en día, como las distancias interestelares, la dificultad de alcanzar velocidades significativas con fuentes de energía eficientes y seguras para recorrer el espacio y la velocidad finita de la luz.
Sin embargo, la ciencia ficción ha funcionado como un laboratorio conceptual para explorar ideas alternativas para resolver estos problemas, que aunque no son físicamente viables, abren cuestionamientos sobre lo que se conoce y especialmente sobre lo que no, acerca del espacio. Conocimientos que, tal vez, permitan burlar aquellas leyes de la física que mantienen a los humanos anclados a este Sistema Solar.